
La economía ha recuperado el nivel de actividad de la precrisis e inicia una nueva fase de crecimiento genuino. Sin embargo, el camino ascendente ya exhibe diversos condicionantes que se agudizan con la falta de coordinación y administración de la política económica. Si bien el sesgo expansivo de la política económica logró atenuar los efectos de la crisis, mantener el pie en el acelerador tiene costos cada vez más elevados. Aunque el PIB ha crecido 7% en el primer semestre respecto al año anterior, las importaciones aumentaron 43% en igual lapso y la inflación se ha acelerado de 15% a 24% en el último año. Las válvulas de escape de la demanda excedente están operando a pleno. Un rápido paneo de la oferta pone en evidencia que el margen de respuesta es cada vez menor y este diagnóstico afecta a sectores clave.
Por caso, el cuello de botella en la provisión de energía no es una novedad. Lo que preocupa es la falta de soluciones para un problema de tipo estructural. Sólo por citar algunos de los desafíos, la matriz energética depende intensivamente de recursos en disminución (por caso gas) y las tarifas están lejos de reflejar esta escasez. El problema de fondo es que la Argentina se está descapitalizando y en los próximos años volverá a ser una importadora neta de estos insumos básicos. Si bien existen paliativos de corto plazo, las soluciones de fondo son de muy largo aliento.
Mientras tanto el ajuste llega mediante racionamientos de consumo y, eventualmente, con ajustes en las tarifas. En sectores con ciclos de negocios más acotados, los costos de los errores han sido mucho más visibles. Desde 2006 el sector ganadero padece distintas medidas (controles de precios y cierre de exportaciones) que han generado una profunda retracción en el stock bovino. Sin oferta suficiente, el ajuste llegó tanto por precio como por cantidad consumida. Los principales cortes vacunos prácticamente duplicaron su costo a principios de año y el consumo per capita bajó de 75 kg. por año a algo más de 50 kg. No son los únicos sectores que enfrentan este tipo de problemáticas. La utilización de la capacidad instalada en la industria se ubicó en 75% en el primer semestre del año, 2 puntos porcentuales por encima de 2008.
Pero el desafío que se plantea en esta nueva fase de crecimiento excede al mero estímulo de inversión. Ahora, más que nunca, es necesario hace política económica y moderar el ritmo de crecimiento de la demanda agregada. Esto no significa frenar el ritmo de crecimiento. Por el contrario, significa generar las condiciones para potenciarlo. Brasil entiende bien la necesidad de balance y es por ello que este año logrará un crecimiento genuino de 7% con una inflación inferior al 5%. La oferta, por definición, está fija en el corto plazo y aunque la inversión estuviera reaccionando rápidamente, no es físicamente posible absorber incrementos de la demanda que en términos nominales exceden largamente 20%.
En otros términos mantener el sesgo expansivo de la política económica en un contexto como el actual implica seguir convalidando la nominalidad ascendente de la economía. Un proceso en el que precios, salarios, recaudación tributaria, gasto público, entre otras variables crecen a tasas cada vez mayores sin lograr una reacción significativa en las variables reales. Si bien es cierto que el Gobierno utiliza algunas anclas como el tipo de cambio nominal y los subsidios, la presión combinada de la política fiscal, la monetaria y la de ingresos es demasiado intensa como para contener la presión inflacionaria emergente.
Por el contrario, estos son los desmanejos que terminan erosionando las propias bases del crecimiento. Lamentablemente todo indica que esta nueva fase de expansión no contará con esta necesaria moderación. A partir de 2006 en cada año con elecciones el Gobierno Nacional aumento al menos 1,5 puntos de PIB el gasto público. El año próximo no luce como una excepción.
Por el contrario, si el gasto trepó significativamente en años en los que el humor popular era mucho más favorable a matrimonio Kirchner, qué esperar en un escenario mucho más adverso para el oficialismo. Si bien no es ninguna novedad que hace tiempo las necesidades políticas definen la impronta económica, lo que resulta más preocupante es el escenario macro en el que se inserta este proceso político. Con una oferta condicionada y una inflación muy elevada y en ascenso, mantener la política expansiva contribuye poco al crecimiento y mucho a recalentar nominalmente la economía.
Por Rodrigo Alvarez para El Economista
http://www.eleconomista.com.ar/columnista_alvarez.php
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